17/11/09

Lola

*
Hacía horas que el día había despertado en aquel sábado soleado y fresco que anunciaba el comienzo del otoño. El barrio a esas horas tempranas tiene un silencio especial, se escuchan los pasos de algunos transeúntes y alguna que otra voz que se saluda al encontrarse. Nunca está desierto, cada hora tiene su gente y sus sonidos; los que abren las tiendas, algunas furgonetas que descargan, los barrenderos que se afanan en limpiar todo lo que queda después de un viernes….

Ahora la calle está ya empapada de toda la gente que un sábado sale a comprar. Salir, tras tantos años en el barrio, es encontrarte e ir parando por la calle, como si de un pueblito se tratara. Gente humilde, la mayoría, y peculiar, muchos. Personas de otros mundos que se refugiaron aquí persiguiendo sueños; cada uno con su mundo y un mundo en cada casa, en cada rincón, en cada banco de la plaza.

Vecinos que de años vistos vas conociendo su historia; como Dolores, la tendera de la esquina, que ya ha recuperado su pelo después de haber ido un tiempo con peluca porque estaba con la quimio. Sandra e Isabel, las dos farmacéuticas más famosas del barrio. Sandra se rompió un tobillo y ha estado un tiempo de baja. Y luego está Lola, ella duerme de día y vive la noche. Arrastrando su carrito va envuelta en mantas aunque haga calor.

Nadie conoce en realidad lo que llevó a Lola a hacer de los portales y los bancos su casa. Dicen que un desengaño amoroso, alguien por quién dejó todo y que más tarde la abandonó. Dicen que su familia sabe de su vida. Un día la vieron con una joven que la intentaba levantar pero ella no se dejaba y como la muchacha lloraba mirándola al marchar. Dicen que de vez de en cuando se ve a esa chica paseando cerca de donde Lola dormita sus sueños alcoholizados.

Los vecinos la dan comida y agua, más que nada para que se hidrate con algo más que con ese vino de brick. Ella, en una primera pose orgullosa lo rechaza pero acaba casi arrebatándoselo de las manos.

Hoy Lola se despertó sobresaltada y antes de su hora habitual. Sin saber de qué se trataba ni casi donde se encontraba, se empezó a incorporar despacio. Se sacó las hojas de periódico del pecho y buscó el donsimón. Echó un trago y empezó a mirar a su alrededor. Buscó y rebuscó entre sus bolsas y empezó a gritar:

- Ladrones! A los ladrones, me han robado.

Un vecino al que ella llamaba Padre, por lo de cura, se agachó.

- ¿Qué pasa Lola? Qué te tan robado?.
- Mi caja, mi caja, me la han quitado.
- Espera que te ayudo a buscarla.

Luis, que en realidad no era cura, le confundía siempre con su hermano, empezó a rebuscar entre su carrito y sus bolsas, pero no venía ninguna caja. Ella seguía gritando y dándole manotazos diciendo que no la tocara, que a ella no la tocaba ningún hombre, mientras la ayudaba a incorporarse. En uno de esos zarandeos algo cayó de entre sus ropajes. Era una pequeña caja de lata que se abrió y varios objetos se esparcieron por el suelo. Lola se puso a sollozar cuando vio que Luis se agachaba recogiendo aquellos sus tesoros: Una insignia en forma de paloma blanca; un pequeño libro de poemas de donde salieron volando pétalos de rosa secos por el tiempo y algún papelillo con algo escrito; el arrugado dibujo a pluma de una hermosa joven de negro pelo; un pendiente en forma de una especie de caracol aplastado y un frasco roto. Luis tomo aquel frasco, era un perfumador. En el aplicador del tapón quedaban unos restos como de arena. Se quedó helado. En el fondo de la caja había más arena, granos de arena dorada.

La ayudó a levantarse y la abrazó. No le importó el hedor que emanaba de aquel cuerpo maltrecho ni adivinaba cual de sus tres amigas, aquellas a las que bajo un castaño había regalado hace mucho tiempo un pequeño frasco con arena del desierto mauritano, era Lola.

Por primera vez en mucho tiempo, Lola dejó que la tocaran y se refugió en aquel abrazo mientras seguía sollozando ruidosamente.

A Jesús, que me inspiró este relato.
*Escrito hace un tiempo.

1 comentario:

  1. Ays... todos tenemos cajas llenas de arena.
    Nos pesa pero nos gusta.
    Son cajas llenas de recuerdos que no queremos perder.
    Y abrazos. Abrazos también tenemos, afortunadamente.

    Uno para ti.

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