2/12/09

Carta a un desconocido

Querido amigo desconocido, de mirada transparente y dulce sonrisa.

Supongo que ya no te acordarás de mí, especialmente por los momentos en que te encontrabas cuando nos conocimos, pero tu agradable conversación de pocos minutos, esa mirada limpia y tu sonrisa sincera harán que yo no olvide fácilmente.

Estamos acostumbrados en una gran ciudad como Barcelona a pasar entre los demás desapercibidos, a ir siguiendo nuestro rumbo con las anteojeras puestas, sin apenas conocer ni a nuestros vecinos, sin saludar a la gente que te encuentras en la parada del autobús, aunque la veas cada día durante años y eso nos va deshumanizando poco a poco. Y cada día nos hace ir más serios, más circunspectos por la vida.

Una ciudad está formada por barrios como pequeños pueblos y en algunos la gente se trata como en tales, sobre todo el extra-radio. No es el caso del mío, en pleno meollo de la ciudad. Apenas sí saludas con cordialidad al quiosquero donde compras el diario o la revista mensual, o a vendedoras del mercado donde vas habitualmente, que conforman todo un mundo social muy especial. No es así en el supermercado, que ya vas con más prisas y conociéndolo, te diriges a los pasillos y estanterías sabidas y como una bala compras lo necesario, sin casi abrir la boca, ni en la caja, donde empiezas a sacar tarjetas: la de cliente ,la de crédito, intercambio de puntos por regalos, sorteos; la cajera contando, pasando por las máquinas electrónicas a propósito y los clientes firmando, guardando y diciendo como mucho “me lo podéis traer de 7 a 8?, Si, perfecto gracias, y adiós” y se acabó la conversación.

Hay otro sitio muy especial dónde sí que suelo hacer tertulia y vida social; el bar donde desayuno casi cada día. En bar donde te conocí. Cada día me guardan el diario y si voy un poco más tarde de lo habitual, me reservan hasta el croissant. Y sin preguntar me sirven mi caféconlechedescafeinadodemáquinaconlalechenatural, aaayy, que me ahogo. Y allí día a día, encontrándome casi siempre con las mismas personas, sobre todo de una multinacional que está justo al lado, comentamos sobre lo mismo con los mismos, aunque solo de uno de ellos sé el nombre. Él sí sabe de mí porque por h o por b, siempre acaba saliendo algo personal en las conversaciones y una que no es reservada cuando coge un poco de confianza… (aunque estoy aprendiendo a moderarme). Así tanto él como los camareros, ya saben de qué pueblo soy, que tengo una hija que ha ido creciendo desde que voy allí, algunas aficiones, pero yo sigo sin saber apenas nada de ninguno.

Hay ocasiones que en nuestras conversaciones sobre lo que vamos leyendo en los periódicos que nos dejan, se “mete” alguna persona desconocida, visitantes esporádicos que han ido a visitarse un hospital próximo o a ver algún familiar y se entabla una conversación a varias voces, sobre política o sociedad o lo que se tercie –menos de fútbol, yo ahí, calladita-. Eso suele pasar cuando al oírnos a los habituales, coinciden con nuestras posturas, sino, suelen callar. La gente no suele ser discutidora de por si.

Así fue como te conocí, dulce amigo desconocido. Te había visto un par de veces esa semana por allí y escuchabas atentamente pero no intervenías, pero el otro día, cuando salió el nacionalismo no pudiste callar y expusiste tu criterio templada y educadamente y para mí con acierto. Tanto que nos hiciste callar a todos y escucharte extasiados. Hablaste de tolerancia, de aperturismo al resto de España, de Europa, del mundo. Hablaste de los fanatismos y posturas absurdas donde no debemos caer, ni los de aquí ni los de allá. Hablaste del talante catalán como dialogante, pacífico y abierto, que debemos seguir mimando, potenciando y conservando. De ser una tierra donde han confluido durante cientos de años muchísimas culturas, y por lo tanto nosotros o nuestros hijos, todos, somos una mezcla tan increíblemente heterogénea que debemos ser más abiertos que nadie.

Y hablando y hablando y contrastando opiniones coincidentes, nos íbamos entusiasmando. El de la multinacional se tuvo que ir, dejando en medio un hueco y tú te me acercaste para seguir la conversación. Explicaste tu experiencia en los EEUU donde habías vivido y me comentaste que para criticar a un país, una ciudad o unas gentes, tienes que conocerlos primero, hablar con ellos, ver que no se puede generalizar, que somos muchos y como dijo Neruda, en cada uno de nosotros somos muchos más y por lo tanto no se puede opinar tajantemente de esas gentes o de esas tierras sin saber porque las personas actuamos de tal o cual manera en distintas o mismas situaciones, según las circunstancias que nos rodeen, la experiencia vivida o lo que cada uno se deje llevar en esos actos por el corazón o por la razón.

Y así, ahora tú ahora yo íbamos comulgando en cada palabra dicha por el otro. Un comentario tuyo, aparentemente desapercibido me hizo apreciar una característica tuya personal. Y eso corroboró que no eras un hombre habitual, de los que estamos acostumbrados a conocer. Tu sensibilidad, tu educación, tu dulzura, tu sonrisa, tu forma de expresarte. Sí, hay pocos hombres como tú y yo, en algún momento, te hubiese abrazado por esa manera vehemente de decir las cosas mirándome a los ojos, cuando apenas nos conocíamos.

Se nos hizo tarde y cuando me di cuenta, pagué y salí corriendo. ¡Llevaba casi una hora fuera! ¡Ay mi jefe!, me despedí y me dirigí aprisa hacia el trabajo, pero tu me seguiste y te pusiste a caminar a mi paso. Te pregunté si eras médico o residente, o investigador y me explicaste que eras profesor de instituto y que habías ido a visitar a tu compañero que estaba muy enfermo. Te pregunté qué le pasaba, un poco ilusa yo y aunque no me dijiste el temido nombre de la terrible enfermedad, me explicaste que estaba acabando ya, y que seguramente hoy le darías tu adiós. Me dejaste helada, sobre todo por el aplomo con que lo dijiste. “Dejará un gran vacío en mi, pero hemos sido tan felices en estos catorce años que ha merecido la pena. Ahora ha de descansar, lleva demasiado tiempo enfermo y ha sufrido mucho”. A mi se me hizo un nudo en la garganta y te pregunté cómo podías estar así. Y tu última frase antes de despedirnos fue ya demoledora: “Bueno, hoy hace un día precioso, la vida está a nuestro alrededor en todo, mira esos niños que juegan, y ... ha sido un enorme placer encontrar una persona como tú y poder hablar como lo hemos hecho, con una desconocida. No me había pasado nunca y estoy encantado”.

El nudo en la garganta se deshizo, se me erizó el cabello y me hiciste sonreír. Te miré fijamente. Creo que nunca me había dicho nada tan hermoso. Tan solo fui capaz de decirte “vaya, gracias, igualmente”. Y que te deseaba que pudieras sobrellevar tu dolor lo mejor posible. Y al darme las gracias, me cogiste el brazo oprimiéndomelo suavemente, a punto estuvimos de darnos dos besos de despedida, pero supongo que los dos vimos que hubiera sido un poco raro, sin conocernos apenas. Y te fuiste, tú por una puerta y yo por otra.

No nos preguntamos el nombre, ni te he vuelto a ver por el bar, supongo que tu compañero debe haber fallecido. Y supongo que no te volveré a ver más, pero nunca olvidaré tu rostro limpio y fino, con tus pequeñas gafitas, tu calva incipiente, tu mirada clara y tu sonrisa transparente y sincera. Tampoco olvidaré esa lección de humanidad, de humildad y de esperanza. Gracias, como quiera que te llames y donde quiera que estés.

Bendito seas y lo dicho, que el dolor no desbarate esas virtudes tuyas, que no te haga decaer y dejar de creer en las personas. Fue un placer para mí conocerte como lo fue para ti conversar conmigo, supongo que lo necesitabas. Ojala tuviera yo a mano una persona como tú entre mis amigos, seguro que tienes un hombro perfecto para llorar en él en esos días de desolación y melancolía que nos acompañan a veces. Ojala vuelva a encontrarte. ¿Me recordarás? Yo a ti, sí.

Un fuerte abrazo.

2 comentarios:

  1. Qué bonito. Es un buen guión para una película de Meg Ryan.
    :)
    Besos

    ResponderEliminar
  2. A veces la realidad supera la ficción. Esto me pasó hace tiempo y tengo que decir que si no fuera porque lo escribí, quizá no lo recordaría. Esta memoria selectiva... con esto nos deberíamos quedar.

    ResponderEliminar