La tarde se escapa y miro el cielo. No se parece a aquel último nuestro cielo que tú no viste porqué te nublaron la visión. Debe ser la misma hora. Todo es distinto.
Suena el son de Compay y no puedo evitarlo, mi cintura fimbrea.
Compay, Compay...
En aquellos balcones todavía tocan los últimos rayos que los tornan cobrizos y anaranjados. Brillan sin deslumbrar, como mis ojos...
Compay, Compay...
Mis caderas te llaman con el son. Mientras, doblo ropa. Su ropa. La extiendo en la mesa pasando las manos una y otra vez. Sé que a ella le da igual pero me gusta hacerlo. Qué pequeñas son las camisetas.
Compay, Compay
El poco cielo que las antenas y tejados me dejan ver va cambiando de color, pero no es como aquel, ninguno será como el de aquella tarde.
Los últimos.
Compay, compay
Apreto la camiseta doblada contra pecho y doy unos pasos de baile. Quisiera que se integrara en mí, pero se me va de entre las manos, se me escapa, la pierdo...
Se acabó la música, se acabó la tarde. Saludos Compay.
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