La vi, era ella, venía hacia mi sonriente y muy despacio, como a cámara lenta. Yo estaba inusitadamente tranquila, como si toda mi vida fuese nada más aquel momento, y la acogí con naturalidad. Se sentó a mi lado en el sofá y puso la cabeza en mi regazo, como hacía tanto tiempo ya.
-Hazme un masaje en la cabeza mama. -Y cerró los ojos para gozar de aquel pequeño placer. -Mmhhh! Cuánto lo he echado de menos.
-Yo también guapa, yo también.
Y mis dedos lloraban ternura entre su pelo negro. Y el tiempo se paró.
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Mi hijo se quedó ayer dormido, pegadito a mí, en el sofá. Como cuando era pequeñito. No quería moverme para alargar el momento.
ResponderEliminar¿Cuánto se les puede querer?